2005

T. Terzani, Lettere contro la guerra, Longanesi, Milán 2002 (*)

1. Tras haber dejado su ascético refugio en las laderas de Himalaya hindú, Tiziano Terzani ha vuelto a Italia y ha decidido empeñarse en una larga "peregrinación contra la guerra". Es una elección insólita para un periodista político de fama internacional, que durante décadas escribió en periódicos y revistas como Der Spiegel o el Corriere della Sera. La guerra a la que se opone Terzani es la que los Estados Unidos y otras potencias occidentales, incluida Italia, están llevando a cabo desde hace meses contra el terrorismo internacional. Es una guerra de la que Terzani ha ofrecido testimonio en varios lúcidos reportajes desde Afganistán y Pakistán.

Más en general, y más profundamente, Terzani se opone a la guerra como tal: como recurso colectivo a la violencia, como destrucción de la belleza y la armonía del mundo, como secuencia imparable de odio, de dolor y de muerte. En las Lettere contro la guerra, con las que acompaña su peregrinación, Terzani declara que el 11 de septiembre ha sido para él una especie de súbita iluminación moral, una auténtica epifanía: ha comprendido que ha llegado el momento de reaccionar, de decir no a la barbarie, a la intolerancia, a la hipocresía, al conformismo y a la indiferencia. El 11 de septiembre el mundo cambió radicalmente: ya nada es como antes y ya nada puede ser considerado 'normal'. Por tanto - he aquí la acuciante recomendación moral que se desprende de ello-, debemos cambiar también nosotros: pararnos, reflexionar, tomar conciencia, avergonzarnos por nuestras 'vidas normales', convertirnos en operadores de paz.

Terzani va repitiendo este mensaje de ciudad en ciudad, sobre todo a los numerosos jóvenes que acuden a escucharle y a los que fascina con su estilo extrovertido y profético: estatura imponente, larga barba blanca, una túnica inmaculada que llega a cubrirle las sandalias, una oratoria sencilla y al mismo tiempo apremiante y mordaz, muy alejada de los modelos comunicativos a los que la televisión italiana nos ha acostumbrado. No es casualidad que para expresarse, Terzani haya escogido medios humildes: declina las invitaciones televisivas, se mantiene fuera de los 'palacios del poder', no frecuenta a los representantes de la clase política italiana - sean de derechas o de izquierdas- los cuales, por otro lado, aún siendo los primeros responsables, prefieren no hablar de la guerra.

¿Tiene razón Terzani? ¿Hay que tomar en serio su pacifismo ético? ¿La vía que se está trazando con su peregrinación es, sino la vía de la paz, al menos una de las vías que pueden conducir razonablemente a la paz? ¿Se puede sostener que la primera condición para la pacificación del mundo es nuestra conversión personal a la no-violencia? ¿Es realmente cierto, como pretende Terzani, que "más que fuera, las causas de la guerra están dentro de nosotros. Están en pasiones como el deseo, el miedo, la inseguridad, la codicia, el orgullo, la vanidad"? Si queremos la paz, ¿tenemos que liberarnos de las pasiones, abrazando la filosofía de la 'renuncia' de los sanyasin hindúes?

¿O, al contrario, está justificada la duda de que el llamamiento moral de Terzani no sea muy útil, que es una reelaboración de temáticas gandhianas, exhumadas en tiempos y lugares nada propicios al profetismo pacifista? ¿La predicación de Terzani acabará confirmando que la filosofía de la no-violencia es tan noble como estéril, ya que es extraña a cualquier posible iniciativa política? La 'renuncia', ¿no es quizá una elección existencial totalmente incompatible con nuestra cultura occidental, hoy más que nunca fabril, adquisitiva y competitiva?

2. En primer lugar, nos podemos preguntar si es realmente cierto que con el 11 de septiembre el mundo ha cambiado de forma radical. Es fácil objetar que hay un aspecto importante según el cual lo que ocurrió el 11 de septiembre se presenta como una consecuencia, muy previsible, de fenómenos internacionales en acto desde hace una década: es decir, a partir del final de la guerra fría, de la caída del imperio soviético y de la afirmación de los Estados Unidos de América como la única, absoluta superpotencia planetaria. La última década del siglo ha visto a las potencia occidentales, bajo la batuta de Estados Unidos, comprometidas en una política de potencia que ha sido recibida por los países no occidentales - sobre todo en el mundo islámico y en Asia oriental- como un desafío creciente a su integridad territorial, a su independencia política y a su propia identidad colectiva.

Toda la serie de intervenciones armadas decididas por Estados Unidos a partir de la Guerra del Golfo, han evidenciado el desequilibrio creciente entre el potencial bélico (y por tanto económico, científico, tecnológico, informático) del que dispone la superpotencia americana y el del resto del mundo. Quizá nunca en la historia de la humanidad, la potencia de un solo país ha parecido tan desbordante en el plano político y tan invencible en el militar. La 'guerra humanitaria' de la OTAN contra la Federación Yugoslava, en particular, ha provocado en países como Rusia, India y China - que representan casi los dos tercios de la población mundial- una ola de alarma y al mismo tiempo un rencor profundo y un deseo de revancha. Con el pretexto de la defensa de los derechos humanos, Estados Unidos ha perseguido en los Balcanes un diseño de hegemonía global en nombre de consignas tan cautivadoras como global security y new world order. Y para realizar este diseño estratégico no ha vacilado en violar abiertamente el derecho internacional ni en marginar al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, humillando a sus miembros permanentes no occidentales, como Rusia y China.

Para tornar más dramático este escenario no faltaron durante los años 90 señales alarmantes que ponían en el centro de las tensiones mundiales la variable del global terrorism. Basta pensar en la larga serie de atentados terroristas sufridos por Estados Unidos en el área de Oriente Medio, en África y en su propio territorio (contra la torre norte del World Trade Center, entre otros). Y de esta creciente amenaza terrorista la superpotencia mundial había creído poder inmunizarse relanzando el proyecto reaganiano del 'escudo espacial' antibalas, concebido como defensa frente a los llamados rogue states.

Si esto es así, el atentado contra las Dos Torres no introdujo ninguna novedad relevante. La única novedad radicaría en la excepcional espectacularidad del evento, debida probablemente a una habilísima estrategia comunicativa, que el terrorismo ha tomado prestado instrumentalmente de las televisiones occidentales, a partir de la CNN. Pero se ha tratado de una novedad que no justifica ciertamente la idea de que el mundo ha cambiado radicalmente y de que, por esta razón, todos nosotros debemos 'cambiar'.

3. Sin embargo, desde otro punto de vista, no secundario, Terzani tiene razón: después del 11 de septiembre un profundo sentimiento de inseguridad se ha adueñado del mundo occidental, alimentado por la retórica belicista de la administración estadounidense. Por si fuera poco, la new war contra Afganistán no ha tenido el efecto de equilibrar con una específica represalia retributiva la violencia del ataque terrorista (aunque el número de civiles inocentes sacrificados en Afganistán supera ya con mucho el de las víctimas del 11 de septiembre) Se ha abierto en cambio una perspectiva de guerra permanente, sin fronteras territoriales, sin plazos temporales, en gran parte secreta, no controlable sobre la base del derecho internacional de guerra. Nunca como hoy las élites político-militares occidentales han sido conscientes de que para garantizar la seguridad y el bienestar de los países industrializados es necesario ejercer una presión militar creciente sobre el mundo entero, pantografiando a nivel global lo que la política colonial del Estado israelí aplica al pueblo palestino en el microcosmos de Oriente Medio.

Ya es cierto que la guerra en Afganistán sólo es el inicio de la guerra total contra el 'eje del mal': seguramente también Irak será atacado, en un escenario de altísima potencialidad conflictiva, aún más porque Israel será seguramente involucrado, con su aparato de intelligence y quizá incluso con su armamento nuclear. La reciente carta de los setenta prestigiosos intelectuales estadounidenses, liderados por el filósofo y militante sionista Michael Walzer, que aplauden la new war como una 'guerra justa', es una de las señales de que la extensión de la guerra en el área del Golfo Pérsico está ya en fase de planificación, tanto militar como ideológica.

En realidad, el objetivo estratégico de Estados Unidos va mucho más allá de la represión del 'terrorismo global', como muestra de forma clara el reciente Quadrennial Defence Review Report. El objetivo es consolidar su propia hegemonía planetaria, asegurándose una presencia militar estable en el corazón de Asia central. El proyecto es controlar los inmensos recursos energéticos existentes en los territorios de las Repúblicas ex-soviéticas del área caucásica, cáspica y transcáspica y, sobre todo, completar el doble cerco de misiles y nuclear de Rusia al oeste y de China al este. Por tanto, la perspectiva del relanzamiento de una estrategia neo-colonial particularmente agresiva, justificada por la necesidad de derrotar al terrorismo, hoy es de una actualidad alarmante: tras el paréntesis de la guerra fría y la liberación efímera de los países coloniales de África y Asia, la secular vocación occidental de control, de ocupación y de 'civilización' del mundo no occidental está recobrando todo su vigor y no podrá evitar suscitar, como contrapunto sangriento, la reacción de un terrorismo global cada vez más despiadado y eficaz.

4. Pero hay otro elemento que parece ofrecer buenas razones al pacifismo ético de Tiziano Terzani, a su llamamiento por el cambio que apuesta mucho más por una fuerte recuperación de valores morales y espirituales que por los tradicionales instrumentos de la política y el derecho. Asistimos hoy a un auténtico colapso del Ordenamiento Jurídico Internacional, que es al mismo tiempo causa y consecuencia de la parálisis de Naciones Unidas, marginadas por el protagonismo hegemónico de Estados Unidos y sus más fieles aliados. Rebus sic stantibus no es exagerado hablar fracaso de aquel 'pacifismo institucional' o 'jurídico' que desde Kant a Kelsen, hasta Habermas, ha indicado en el derecho y en las instituciones internacionales los instrumentos principales - cuando no, incluso, exclusivos - para la realización y la tutela de los derechos fundamentales. Hoy más que nunca la fórmula kelseniana - peace through law - parece una ilusión ilustrada, con su optimismo normativo y su ingenuo universalismo cosmopolita. Desde el fin del bipolarismo hasta hoy, las potencias occidentales no sólo han utilizado la fuerza con una sistemática violación del derecho internacional, sino que han contestado explícitamente sus funciones en el nombre de un incondicionado jus ad bellum.

A este balance desastroso no se sustrae la gran invención institucional del siglo XX: la jurisdicción penal internacional. La experiencia del Tribunal de La Haya ha mostrado que una corte penal internacional no puede evitar ser, en ausencia de un ordenamiento internacional mínimamente modelado sobre el esquema del Estado de Derecho, un instrumento partidista: en este caso un instrumento en manos de la OTAN, no sólo ineficaz sino contraproducente, como ha probado ampliamente el episodio de la incriminación, arresto y espectacular puesta en marcha del juicio contra Slobodan Milosevic.

En suma, parece lícito afirmar que la vía jurídico-institucional hacia la paz se encuentra hoy vallada. Para que un sistema normativo pueda ejercer los efectos de ritualización del uso de la fuerza internacional - de su sumisión a procedimientos predeterminados y a reglas generales - la condición es que ningún sujeto del ordenamiento pueda, gracias a su apabullante potencia, considerarse y ser considerado legibus solutus.

5. Tras el 11 de septiembre, en un mundo desgarrado por la trágica polarización entre terrorismo global y guerra hegemónica, ¿es la vía gandhiana, propuesta por Tiziano Terzani en su original peregrinación, la única que queda abierta para la búsqueda de la paz? Según la enseñanza de Gandhi la paz se puede realizar sólo dentro de una comunidad cuyos sujetos se hayan convertido a la práctica de la no-violencia y a las virtudes asociadas a ella. La guerra, incluso en sus formas más destructivas, no es otra cosa que la expresión cumulativa de la violencia que circula en el tejido social. La violencia genera más violencia, la guerra más guerra. Sólo la no-violencia, rompiendo esta circularidad autodestructiva, se opone a la guerra y puede pararla. Es necesario apuntar al efecto de conversión que el sufrimiento soportado con dignidad y valor produce en quien lo ha provocado injustamente: la apacibilidad testimoniada por el no-violento puede tener una capacidad de contagio espiritual.

Formulado de esta manera, el mensaje del pacifismo absoluto no está exento de una sugestión moral profunda. Respecto al 'pacifismo institucional' tiene el mérito de buscar una respuesta a un interrogante filosóficamente central: ¿cuáles son las motivaciones antropológicas y psicológicas de la violencia? El pacifismo institucional parece limitarse a una respuesta elementalmente hobbesiana: las causas de la guerra radican en la anarquía internacional, es decir, el ejercicio de la violencia se hace posible por la ausencia de estructuras coercitivas que reduzcan la agresividad de los individuos y los grupos sociales.

La respuesta del pacifismo absoluto - la violencia tiene sus raíces en las pulsiones adquisitivas y competitivas de los individuos- reconduce la dimensión político-institucional de la violencia a sus raíces antropológicas y psicológicas. La violencia no cae del cielo ni es un simple fenómeno social, producido por una interacción desordenada entre las expectativas individuales. La violencia tiene raíces profundas y complejas en la psicología de los sujetos, en sus potencialidades agresivas latentes. Y precisamente por ello, por su radicalidad y universalidad, es extremadamente peligrosa.

Los límites del pacifismo absoluto son, sin embargo, evidentes, como lo es la altura moral de su desafío a la lógica del poder y de la fuerza. Son igual de evidentes porque dependen en gran medida, precisamente, de la altura del desafío, de su 'exceso moral'. La equivocación del pacifismo gandhiano está en la inversión que lleva a cabo, de la relación axiológica entre el fin y los medios. Intentar poner fin al derramamiento de sangre humana a través de la conversión de las personas a la perfección moral significa plantearse un objetivo intermedio infinitamente más difícil que la meta final. Podría observarse, por ejemplo, que la paz entre las naciones europeas, que durante siglos han luchado entre sí de manera sangrienta, se ha afianzado, a partir de la Segunda Guerra Mundial, sin que esto haya conllevado mínimamente una conversión moral y espiritual de los europeos. Si ésta hubiese sido la condición de la paz, seguramente seguiríamos con las armas empuñadas.

Dicho esto, no existe ninguna razón 'realista' que pueda motivar una actitud de hostilidad o incluso de simple indiferencia respecto al pacifismo absoluto hoy valientemente relanzado en Italia por Tiziano Terzani. La difusión entre las nuevas generaciones occidentales de modelos de alto compromiso moral parece actualmente un objetivo inalcanzable. Ello no quita para que ninguna visión política, hasta la más escéptica y realista, pueda prescindir de una referencia a valores, al menos a los, 'mínimos', de la tolerancia, del respeto por las diferencias culturales y antropológicas, del reconocimiento del otro a pesar de sus diversidades y deformidades, de la tutela de sus derechos fundamentales. Desde este punto de vista, la insólita iniciativa de Terzani denuncia objetivamente que hoy en día en Italia falta una cultura de la paz, esto es, faltan maestros y testimonios, tanto laicos como religiosos, que hagan del diálogo y de la colaboración entre culturas la alternativa civil al terrorismo y a la guerra. En Italia parece prevalecer la predicación de la xenofobia, de la intolerancia, de la discriminación racial: políticos, politólogos, autoridades eclesiásticas se han revelado como cómplices en difundir los gérmenes de una cultura de la guerra, además de aprobar las guerras en las que nuestros país se ha comprometido irresponsablemente. Y si es así, el mensaje profético de Terzani - spes contra spem, habría dicho Giorgio La Pira - debería ser acogido con simpatía, pese a la escasa probabilidad de que pueda conseguir, a corto plazo, resultados concretos. Cierto, hoy no hay ninguna razón para ser optimistas, pero no por ello es aconsejable una rendición total. En Il problema della guerra e le vie della pace Bobbio ha escrito:

Algunas veces ha ocurrido que un grano de arena levantado por el viento haya parado una máquina. Incluso si sólo hubiese una millonésima parte de una millonésima parte de probabilidad de que el grano levantado por el viento acabe en los engranajes y detenga su movimiento, la máquina que estamos construyendo es demasiado monstruosa para que no merezca la pena desafiar al destino.

Danilo Zolo


*. En Iride, 15 (2002), 1.