2005

La cuestión palestina (*)

Danilo Zolo

1. He vuelto a leer en estos tristísimos días La questione palestinese de Edward W. Said. Es un libro hermoso, no menos que Orientalismo, la obra que ha hecho famoso a este profesor estadounidense de origen palestino (Orientalismo, Feltrinelli, Milán 2001). La questione palestinese es un libro culto, rico en datos, fruto de una investigación de primera mano, apasionado. Pero sobre todo es un libro útil: es una de las poquísimas 'interpretaciones palestinas' de la historia de Palestina, a disposición de la cultura occidental.

A pesar de haber sido escrito hace casi veinte años - o quizá precisamente por ello -, el libro ofrece elementos de reflexión muy importantes y de una sorprendente actualidad. Nos ayuda a comprender profundamente las razones históricas de lo que hoy está ocurriendo en Palestina: el fracaso definitivo de los acuerdos de Oslo y de la 'mediación' estadounidense, la explosión de la nueva Intifada, que ya tiene como objetivo la independencia de todo el pueblo palestino, la devastación de lo que queda de Gaza, de Cisjordania y de Jerusalén-Este tras treinta y cinco años de ocupación militar, el desmantelamiento de la Autoridad nacional palestina, la matanza sin fin de judíos y palestinos inocentes.

Entender lo que está ocurriendo en Palestina no es fácil, también porque los grandes medios de comunicación, en particular la televisión, no nos ayudan. Ignoran o destierran deliberadamente las complejas raíces del conflicto en acto, acudiendo exclusivamente a las crónicas de los enviados especiales o a la dudosa competencia de 'expertos' políticos o militares que a menudo dan la impresión de no haber pisado nunca Palestina. Además, la referencia emotiva al tema del antisemitismo y del holocausto y una hostilidad latente respecto al mundo islámico, impiden a muchos europeos una valoración racional de las responsabilidades políticas de los actores involucrados: Estados Unidos, Israel, los Países Árabes, las Organizaciones palestinas.

Lo que, en mi opinión, hace valiosa la contribución de Said es su intento de reconstruir la 'cuestión palestina' desde un punto de vista palestino - no genéricamente árabe o islámico- y hacerlo remontándose al principio de toda la historia: el nacimiento del movimiento sionista, la afirmación de su ideología en el contexto de la cultura colonialista europea de las últimas décadas del siglo XIX, el inicio del fenómeno migratorio hacia Palestina. Y paralelamente Said traza la historia del pueblo palestino y muestra un cuidadoso perfil demográfico y sociológico.

Estos son los elementos de los que hay que partir, sostiene Said, si se quiere 'entender' la cuestión palestina. 'Entender', si se acoge esta sugerencia metodológica, significa rastrear la línea de continuidad histórica e ideológica que conecta entre sí una larga serie de eventos: las primeras oleadas de la emigración sionista a Palestina, la constitución del Estado de Israel, su progresiva expansión territorial, la dispersión violenta del pueblo palestino, la negación (no sólo israelí, sino también árabe) de su identidad colectiva, la ocupación militar de todas sus tierras, la primera y la segunda Intifada, el terrorismo suicida de Hamas y de los otros grupos del nacionalismo palestino extremo.

2. Hay un tema crucial en el cual insiste Said, acumulando una amplia documentación e interpretándola con un extremo cuidado filológico. En las décadas a caballo entre el siglo XIX y XX, periodo en el que las potencia europeas, in primis Inglaterra, decidían la suerte de Palestina y animaban al movimiento sionista a ocuparla, Palestina no era un desierto. Era, por el contrario, un país donde vivía una comunidad política y civil formada por más de seiscientas mil personas, que daba nombre al territorio y que lo ocupaba legítimamente desde hacía siglos.

Los palestinos hablaban árabe y eran en gran parte, musulmanes sunitas, con la presencia de minorías cristianas, rusas y chiítas, que también utilizaban el idioma árabe. Gracias a su elevado grado de instrucción, la burguesía palestina constituía una élite de Oriente Medio: intelectuales, empresarios y banqueros palestinos ocupaban puestos clave en el mundo político árabe, en la burocracia y en las industrias petroleras del Golfo Pérsico. Esta era la situación social y demográfica de Palestina en las primeras décadas del siglo XX y así habría seguido siendo hasta unas semanas antes de la proclamación del Estado de Israel en la primavera de 1948: en ese momento, en Palestina, estaba presente una población autóctona de casi millón y medio de personas (mientras que los judíos, pese al imponente flujo migratorio de la posguerra, superaban en poco el medio millón).

Toda la historia de la invasión sionista de Palestina y de la autoproclamación del Estado de Israel gira, por tanto, entorno a una operación ideológica que después se convertirá en una estrategia política sistemática: la negación de la existencia del pueblo palestino. En las declaraciones de los principales líderes sionistas - desde Theodor Herzl hasta Moses Hess, Menachem Begin, Chaim Weizman- la población nativa, cuando no es totalmente ignorada, es descalificada como bárbara, indolente, venal, disipada. A este cliché colonial muy difuso va estrechamente asociada la idea de que la tarea de los judíos había sido la de ocupar un territorio atrasado y semidesierto para reconstruirlo desde sus fundamentos y 'modernizarlo'. Y según una interpretación radical de la 'misión civilizadora' de Europa y de su 'colonialismo reconstructivo', la nueva organización política y económica israelí habría tenido que excluir todo tipo de cooperación a no ser que fuese de carácter subordinado y servil, de la población autóctona (mientras que el Estado israelí habría seguido abierto a todos los judíos del mundo y sólo para los judíos).

No es casual que la primera gran batalla que los palestinos se han visto constreñidos a afrontar para salir adelante después de la constitución del Estado de Israel ha sido la de oponerse a su auténtica aniquilación histórica. Su objetivo primario ha sido afirmar - no sólo frente a Israel, sino también frente a países árabes como Egipto, Jordania, Siria- su identidad colectiva y su derecho a la autodeterminación. Sólo mucho más tarde, no antes de 1974, Naciones Unidas admitirá formalmente la existencia de un sujeto internacional llamado Palestina y reconocerá a Yasser Arafat como su legítimo representante.

La negación de la existencia de un pueblo en la tierra en la que se pretendía instalar el Estado judío es el estigma colonial y, en definitiva, racista, que caracteriza desde sus orígenes al movimiento sionista: un movimiento, por otra parte, estrechamente vinculado a las potencias coloniales europeas y apoyado, de distintas maneras, por ellas. Después de haber proyectado, durante largo tiempo, constituir en Argentina, en Sudáfrica o en Chipre la sede el Estado judío, la elección del movimiento sionista recae sobre Palestina no sólo y no tanto por razones religiosas, sino porque se sostiene, junto con Israel Zangwill, que Palestina es "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra".

3. En nombre de esta lógica colonial empieza el éxodo forzado de grandes masas de palestinos - no menos de 700.000- gracias sobre todo al terrorismo practicado por organizaciones sionistas como la Banda Stern, liderada por Yitzhak Shamir, y como la Irgun Zwai Leumi, comandada por Menahem Beghin, famosa por haber sido responsable de la matanza de los habitantes - más de 250- de la aldea de Deir Yassin.

Después, concluida la primera guerra árabe-israelí, el área ocupada por los israelí se expande ulteriormente, pasando del 56% de los territorios de la Palestina mandataria, otorgados por la recomendación de la Asamblea General de Naciones Unidas, al 78%, incluyendo además, toda Galilea y gran parte de Jerusalén. Finalmente, tras la guerra de los 6 días, en 1967, como es sabido, Israel se adueña también del 22% restante, se anexiona ilegalmente Jerusalén-Este, e impone un duro régimen de ocupación militar a los más de dos millones de habitantes de la franja de Gaza y Cisjordania. Todo acompañado por la expropiación sistemática de las tierras, por la demolición de miles de casas palestinas, por la aniquilación de aldeas enteras, por la intrusión de imponentes estructuras urbanas en el área de Jerusalén árabe, así como en la de Nazaret.

Sin embargo, de entre todas, es la historia de los asentamientos coloniales en los territorios ocupados de la franja de Gaza y Cisjordania lo que proporciona la prueba más convincente de las buenas razones de la interpretación 'colonialista' propuesta por Edward Said. ¿Cómo explicar de otro modo el hecho de que, después de haber conquistado el 78% del territorio de Palestina, después de haberse anexionado Jerusalén-Este y haber asentado allí no menos de 180.000 ciudadanos judíos, el Estado de Israel se haya empeñado en una progresiva colonización también de ese pequeño 22%, ya bajo ocupación militar, que quedaba a los palestinos? Como es sabido, a partir de 1968, por iniciativa de los gobiernos tanto laboristas como de derechas, Israel ha confiscado casi el 52% del territorio de Cisjordania y ha asentado en él más de 200 colonias, mientras que en la pobladísima y paupérrima franja de Gaza ha confiscado el 32% del territorio, instalando en él casi 30 colonias. En total no menos de 200.000 colonos que siguen hoy en lo territorios ocupados, en residencias blindadas militarmente, conectadas entre sí y con el territorio del Estado israelí a través de una red de carreteras (las famosas by-pass routes) prohibidas a los palestinos y que fragmentan y desgarran aún más lo que queda de su patria.

4. Se puede, por tanto, concluir con Said, que el 'pecado original' del Estado de Israel es su carácter estructuralmente sionista: su rechazo no sólo a convivir pacíficamente con el pueblo palestino sino incluso a gestionar su propia hegemonía con formas no represivas, coloniales y sustancialmente racistas. Lo que ha conseguido la ideología sionista - indudablemente favorecida por la persecución antisemita y la tragedia del Holocausto- ha sido la progresiva conquista de Palestina desde dentro. Ello ha dado y sigue dando al mundo - no sólo al occidental- la impresión de que el elemento indígena está constituido por los judíos y que los extranjeros son los palestinos. En esta anomalía radica el núcleo de la tragedia que se ha abatido sobre el pueblo palestino, la razón principal de sus muchas derrotas: el sionismo ha sido mucho más que una forma normal de conquista y de dominación colonial desde fuera. El sionismo ha gozado de un consenso y un apoyo general por parte de los gobiernos y la opinión pública europea como no ha tenido ninguna otra empresa colonial.

Pero aquí está también el grave error cometido por la clase política israelí y la potente elite judía estadounidense, que siempre ha compartido sus elecciones político-militares. En Palestina existía un pueblo palestino antes de la constitución del Estado de Israel, sigue existiendo a pesar del Estado de Israel y tiene la firme intención de sobrevivir al Estado de Israel, a pesar de las derrotas, las humillaciones, la sangrienta destrucción de sus bienes y sus valores.


*. En Il Manifesto, 10 de abril de 2002.